Un rayo de esperanza vislumbré cuando accedí al vagón del metro. Fue alzar la cabeza y la mirada se me fue con desenfreno, intensidad. Ahí estaba, esa persona y ciudadano, siguiendo atentamente las páginas de un libro. Sí, un libro. Pero no uno cualquiera.
Las páginas de ese libro contenían algo especial, como un códice secreto. Pero no sabía el qué. Sí sabía que las pantallas, instauradas o edificadas sobre dispositivos de lo más variopinto posible, se habían convertido en nuestro principal medio de comunicación, sistema de ocio y conocimiento. Resultaba difícil concebir por aquel entonces que nuestra capacidad de socializarnos y establecer relaciones interpersonales se basase en un diálogo o conversación “cara a cara”.
¿Qué había pasado?
No lo sabía con certeza. En lugar de provocarme pavor dicha incertidumbre, lo que hacía era abrirme hacia un camino de esperanza, deseos de conocimiento y curiosidad.
Sé que debo seguir ese rayo de esperanza … y ese libro.